Mar 27, 2020 administrador Entretenimiento 0
Supo reinar en el radioteatro para luego reinventarse en la pantalla chica y convertirse en el arquetipo de las malvadas. Trabajó desde los 21 años. Vital, simpática y tierna, generaba admiración y respeto
Para muchos, los más jóvenes, era la mala de Chiquititas. Para otros tantos, la voz de una infinidad de radioteatros. Pero unos y otros, sin importar a qué generación pertenezcan, lamentarán hoy la partida de Hilda Bernard, quien murió este viernes a los 99 años, según lo informó el canal América.
Por esas cosas del destino, bien propias de la Argentina de principios del siglo XX, Hilda Bernard nació en esa pintoresca y hermosa ciudad santacruceña con nombre de sueño: Puerto Deseado. Su padre, de origen británico, fue el primer gerente del Banco Nación en esa ciudad, y ahí se instaló con su esposa, de raíces austríacas. El 29 de octubre de 1920 nació Hilda, a los dos años ya estaban de vuelta en Buenos Aires. Instalados en la ciudad, Hilda fue despertando la curiosidad por el cine. Su abuelo la llevaba a las salas de la Calle Corrientes, donde los títulos alemanes la impactaban a pesar del idioma. “No entendía nada, no hablaba alemán, pero me fascinaba”, contaba la actriz, y recordaba algunos como El congreso baila y actrices como Lilian Harvey.
Con el tiempo empezó a ir sola y descubrió a Bette Davis, que sería para siempre su actriz favorita. En esas tardes solitarias, fascinada por la pantalla grande, creció su vocación de ser actriz. Recitaba versos y realizaba morisquetas a escondidas, hasta que convenció a su padre para abandonar el colegio secundario y anotarse en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, donde tuvo como profesor a Antonio Cunill Cabanellas, el gran maestro español. Allí se formó durante seis años, en arte escénico y declamación, mientras sentía que se le despertaban unas ganas de actuar que no podía contener.
Una travesura le permitió debutar en las tablas. En ese entonces, el conservatorio y el Teatro Cervantes estaban unidos por un patio andaluz. Cunill había prohibido que sus estudiantes trabajaran, ya que la formación era sagrada. Pero Hilda tenía otras intenciones. Tomó valor y cruzó el patio para anotarse en una convocatoria abierta en el teatro. Cuando llegó, le dijeron que era tarde, que ya estaba todo cubierto. “Anóteme igual, alguien se va a enfermar”, insistió la joven, y cruzó los dedos.
Efectivamente, alguien se enfermó, y la llamaron para la prueba. La obra era ni más ni menos que el Martín Fierro. El elenco, el estable del Cervantes, con actrices consagradas como Luisa Vehil e Iris Marga. Su papel era menor, sin letra, y con un tropiezo. Tenía que cargar una canasta con empanadas, pero le habían puesto ladrillos. Era tan pesada que subió al escenario de espaldas y agachada, vencida por el peso. El tropezón no fue caída, sino el primer paso en una carrera de más de 70 años.
Los Bernard no tenían contactos en el medio, pero Hilda estaba dispuesta a golpear tantas puertas como fuera posible. Alguien le recomendó ir a ver al locutor Enrique Maroni, figura en aquel momento de Radio El Mundo. “Tenés buena voz, y buena dicción… ¿por qué no te dedicás a la radio?”. El consejo fue una revelación para Hilda, que había soñado en el cine y se había formado en el teatro. Pero con la radio fue amor a primera vista.
Durante los 40 y los 50 el radioteatro era pasión de multitudes, y en ese mundo Hilda fue una de sus figuras más destacadas. Formó parte del elenco estable de las radios El Mundo y Splendid, y acredita haber participado en más de mil obras. Tuvo galanes como Oscar Casco -que le dirigía su popular frase “mamarrachito mío”-, Eduardo Rudy o Fernando Siro, con quien hizo la transición a la televisión. Y un maestro como Armando Discépolo que le moldeó la voz. “Bajá el agudo”, ordenaba el director. Y ella accedía, modulando ese tono grave y serio que fue su marca registrada y la cualidad de la que sentía más orgullosa.
En la radio trabajó bajo las órdenes de los mejores guionistas, como Alberto Migré o Nené Cascallar. Hizo 16 años de novelas por radio, una por mes, lo que da 200 radioteatros. Pero en ese lugar también conoció a los dos grandes amores de su vida.
Su primer esposo, Horacio Celada, era el jefe de locutores de El Mundo. Estaba embarazada de su única hija, Patricia, cuando descubrió que él la engañaba, y lo dejó. Al poco tiempo conoció a Jorge Antonio Goncálvez, director y productor. Fue un amor fuerte y perdurable. Cuando él murió, luego de 25 años juntos, Hilda cerró la posibilidad de una nueva pareja porquem como explicó, “cuando el amor fue muy grande, ya no hay más”.
Con el radioteatro Esos que dicen amarse, protagonizado junto a Fernando Siro, pasó de la radio a la televisión y se le abrió un mundo que no abandonaría más. En una primera etapa integró elencos en envíos históricos como Muchacha italiana viene a casarse, o los ciclos como Su comedia favorita o Alta comedia. También pisó fuerte en el cine, en películas tan disímiles como Historia de una soga, La flor de la mafia o Cuatro caras para Victoria.
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